Con el guapo subido por la química
Este mes de septiembre, siendo el tema de escritura en Café Hypatia #PVapariencias, he decidido escribir sobre las apariencias en su sentido más literal. Para ello, veremos cómo desde tiempos inmemoriales, hemos aprendido a mejorar nuestro aspecto físico a través de diversas sustancias químicas. En particular, me refiero al maquillaje, y cómo, antes de contar con las grandes cadenas de perfumería que hoy en día tenemos a nuestro alcance, era la naturaleza misma la que nos proporcionaba los materiales para realzar nuestra imagen, siempre siguiendo, claro está, los estándares de belleza de cada época.
Desde hace un tiempo, he notado que algunas marcas de cosméticos parecen promocionar el uso de ingredientes naturales y minerales, con la quimifobia por bandera, como si el empleo óxido de hierro como sombra de ojos no implicara en sí mismo el uso de compuestos químicos. En este texto, exploraremos una vez más ejemplos que demuestran que lo natural no es sinónimo de inocuidad. De hecho, la naturaleza nos ha demostrado en incontables ocasiones que puede tener maneras no demasiado sutiles de quitarnos de en medio.
En
épocas pasadas, la utilización de substancias naturales, minerales o no, no era
una elección, ya que no se disponía de otras opciones. Vamos a tratar de hacer
una pequeña revisión de distintos tipos de maquillaje, los más conocidos, y qué
substancias se usaban en la antigüedad.
Si
pensamos en los habitantes del antiguo Egipto, las imágenes que se nos vienen a
la mente tienen algo en común: los ojos pintados de esa forma tan
característica. Para ello, usaban diversos cosméticos, tanto para las líneas
negras como para las sombras de ojos. El delineado del ojo requería un producto
negro intenso, ya que además del uso decorativo, se utilizaba para proteger los
ojos de la luz intensa. Esas características las cumplían substancias como el
carbón, la galena o la pirolusita, entre otros. De hecho, uno de los productos
más usados para este fin, hecho a base de galena molida, o a veces de estibina (o
antimonita), es lo que conocemos como kohl. Y aquí tenemos el primer problema,
ya que tanto la galena como la estibina son tóxicos.
Mucho menos tóxica es la pirolusita, un óxido de manganeso (IV), MnO2, aunque no es totalmente inocua. También se trata de un mineral de color negro, quizás uno de los primeros pigmentos usados desde la antigüedad, aunque tiene unas propiedades muy interesantes que le han dado algunos otros usos. Por ejemplo, hay evidencias de que los neandertales lo han usado para facilitar la obtención del fuego, se utiliza en la composición de baterías y pilas y es un buen catalizador de peróxidos, como comprueban aquellos que hacen el experimento de la pasta de dientes de elefante, aunque en este caso no sea ni mucho menos un cosmético real.
Como sombra de ojos también se usaban minerales, algunos moderadamente tóxicos debido a la presencia de cobre. Fundamentalmente, el verde se obtenía de la malaquita, un carbonato básico de cobre, Cu2CO3(OH)2, muy utilizado en el antiguo Egipto. Es quizás el pigmento verde más antiguo conocido, y además de su uso en pinturas y decoración de esculturas, era muy utilizada en joyería.
Para mantener un color pálido en la piel era mucho más sano utilizar polvos de arroz, obtenidos a base de almidón de arroz, o bien utilizar polvo de caliza, aunque su cubrimiento no era tan bueno como el del albayalde o cerusa.
Una vez que la moda pedía esa blancura poco natural de
la piel, a la vez se debía dar color en zonas específicas, como los pómulos o
los labios. Para eso se solía utilizar el rojo, que podría venir de diversas
fuentes, algunas más sanas que otras. Una de las más antiguas es el uso del bermellón.
Y aquí tenemos una nueva oportunidad de envenenamiento. Se sabe que, tras
blanquearse la cara con albayalde, las matronas romanas se daban color en las mejillas
con bermellón. Y el bermellón no es más que sulfuro de mercurio, HgS, el
mineral conocido como cinabrio. No dejó de usarse en esa época, sino que
durante el Renacimiento aún se seguía usando en Europa, no solo para dar color
a las mejillas, sino para colorear incluso la nariz, como se comenta en el libro “A history of make-up”, de
Maggie Angeloglou, que hacía la reina Elizabeth I de
Inglaterra para disimular los estragos de la edad:
Por suerte, ni mercurio ni plomo nos proporcionan en
exclusiva el color rojo. En la América precolombina se había empezado a usar el
carmín, obtenido de la cochinilla (Dactylopius
coccus), que actualmente se sigue usando en gran cantidad de aplicaciones y
es bastante seguro
Esta entrada se ha creado para participar en Café Hypatia con el tema #PVapariencias
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