Pigmentos

 

    Tenemos constancia del uso de pigmentos por los humanos desde el paleolítico. Prueba de ello son las muchas pinturas rupestres que aún resisten el paso del tiempo. Pero, ¿qué es un pigmento? En general se trata de un material en polvo utilizado para dar color. Para aplicarlos se mezclan con un medio líquido normalmente (agua, aceite, etc) en el que es insoluble, y donde queda disperso en forma de partículas más o menos finas. 
    Los primeros pigmentos utilizados por el hombre fueron materiales comunes, que eran fáciles de conseguir en la naturaleza. Posiblemente descubrieran que mezclándolos con saliva, agua o grasa animal, algunas substancias que "manchaban" podían usarse para dejar su huella en las paredes, representando las escenas de caza y otras escenas cotidianas que podemos contemplar aún en la actualidad.

    Hagamos un poco de memoria e imaginemos esas pinturas. A poco que lo pensemos notamos que la paleta de colores era muy limitada. En esos primeros tiempos básicamente se reducía al negro, rojos, ocres, blanco y poco más. Los negros eran a base de carbón, ya fuera obtenido quemando madera (negro de carbón) o quemando huesos o cuernos de animales (negro hueso), en ambos casos, pigmentos a base de carbono. También estaban los pigmentos de la tierra, a base de minerales como la limonita (FeO(OH)·nH2O), la hematita (Fe2O3), o una mezcla de óxidos de hierro y manganeso, es decir, ocre amarillo, ocre rojo y ocre oscuro, respectivamente. Los depósitos de creta (básicamente CaCO3) se dejaban secar al aire y se obtenía el blanco de cal. Muchos de estos pigmentos siguen teniendo uso en la actualidad.

    En la antigüedad, hasta época romana, el número de pigmentos disponibles aumentó enormemente. Además de disponer de variedades mejoradas de los colores ya existentes (regalgar para el rojo, oropimente para el amarillo, entre otros), la paleta se amplió a nuevos colores, como los azules o verdes. Así el azul obtenido a partir del lapizlázuli, o azurita, consistente en un carbonato básico de cobre (Cu3(CO3)2(OH)2) fue muy apreciado por los egipcios.
    El principal problema de este pigmento azul es que con el tiempo se volvía verde. Efectivamente, con el tiempo, la azurita se transforma en malaquita (Cu2CO3(OH)2), de color verde, con lo cual, al envejecer puede cambiar totalmente el aspecto del pigmento. La reacción mediante la cual ocurre esto es la siguiente:
Cu3(CO3)2(OH)2 + H2O → 3 Cu2CO3(OH)2 + CO2

    Para evitar esto, unos siglos más tarde se preparó el denominado azul ultramar. Para ello, partiendo del lapizlázuli molido, se seleccionaban las partículas adecuadas, de composición  3Na2O·3Al2O3·6SiO2·2Na2S. Este pigmento era mucho más estable y fue muy apreciado, aunque extremadamente caro (durante el Renacimiento era más caro que el oro).

    En cuanto al color verde, ya hemos nombrado la malaquita, que se utilizaba para preparar el correspondiente pigmento. Pero también había otros tonos, como el verde tierra, que se trataba de un aluminosilicato más o menos complejo, de fórmula K[(Al,Fe3+),(Fe2+,Mg)](AlSi3,Si4)O10(OH)2, y que se obtenía de los minerales celadonita y glauconita. En este pigmento se tiene, como puede verse, el hierro en los dos estados de oxidación en que puede presentarse.

    En la Edad Media y el Renacimiento no se incorporaron muchos más pigmentos nuevos, y fue a partir del siglo XVII y XVIII que comenzaron a prepararse pigmentos sintéticos de forma más generalizada, pudiendo obtener tonalidades que no se habían preparado hasta entonces. Entre ellos podemos destacar el azul de Prusia, el verde esmeralda, o el verde de Scheele.


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